A pesar de haber querido que fuera la primera novela que leyera de este autor resultó ser la segunda, después de la Biblia de Neón —en otra ocasión me gustaría hablar de ella—. Siempre supuse que sería de esos libros que disfrutaría pero no me imaginaba que tanto. Debo confesar que he tardado demasiado en terminar el libro, digamos que es uno de los defectos que tengo con los libros, y no entiendo bien qué efectos o características ocupan para que unos se me de más rápido que otros de continuar su lectura y reanudarla sin problemas. No es algo que esté relacionado en el grado de satisfacción o simpatía, eso lo tengo claro, sino más bien es algo inherente personal mío. No es una lectura pesada, me lo he leído poco a poco pero disfrutando entre carcajadas las líneas de descripciones de personajes y situaciones variopintas que se han ido desarrollando.
La historia se sitúa en los años 60 en Nueva Orleans, un jóven de treinta años sigue viviendo con su madre, es un desgraciado que vive con la convicción de que es superior al resto de seres humanos que le rodean y que por eso no tiene la necesidad de tener que relacionarse con ellos —como seres inferiores, irracionales—. Es un gordinflón que vive encerrado en su cuarto escribiendo toda clase de ensayos y pensamientos acerca de las futilidades de la vida, de qué está mal —TODO— y por si fuera poco, por culpa de un desgraciado incidente acaba siendo obligado a salir de casa en busca de su primer empleo para ayudar a su madre a seguir adelante. Y es a partir de aquí cuando empiezan las peripecias de Ignatius y sus encuentros con personajes rocambolescos que se van a tener que encontrar en un sinfín de situaciones cómicas, ni que decir de los soliloquios del protagonista, si no fuera por sus manifiestos y quejas por absolutamente «cualquier cosa», no tendría sentido la lectura.
Tratar con una tragicomedia tal es como tratar contigo mismo y los de tu al rededor, e imagino que por eso tuvo su éxito. Por otro lado reconozco que hay partes del libro en las que me he quedado algo confusa o con recaída, las situaciones de estrés y de constantes peleas de nuestro personaje principal con su madre se me han hecho quizá demasiado largas, personajes como Mancuso que termina volviendo al anonimato como un personaje que solo aparece de vez en cuando después de participar activamente en la historia, el desenlace final en el que Reilly se reprime y cambia su actitud para salvarse. Se me crea un vacío en la relación entre Mynkoff y el protagonista, el reencuentro y el cambio tan drástico de Ignatius hacia ella es simplemente inesperado —yo esperaba una explosión—, sobre todo cuando ella en una de las situaciones del final le recuerda cómo era en el pasado, tal y como lo conocemos siempre ha tenido el mismo temperamento esgrimido y violento, lleno de acusaciones externas… Pero, a pesar de todo, resulta ser un ser que, a fin de cuentas, los tropiezos que ha tenido y su forma de hacer las cosas ha creado una situación en la que todos los de su al rededor han resultado ser beneficiados. Es Ignatius un amuleto de la suerte, un benefactor ¿a pesar de parecer lo contrario? No lo sé. Las circunstancias no se plantean con una lógica en la que se cierran círculos, hay muchas partes por rescatar y cerrar, personajes que desaparecen sin más, planteamientos morales supuéstamente erróneos que se sentencian pero no terminan de justificar el por qué.
Ignatius Reilly… me recuerda a mi en mis días de arrebatos de adolescencia perpetua, de inconformismo hacia la realidad que vivimos y a la negación por aceptarlo —me trae la tristeza de ver un ser que es incapaz de salir de su inmundicie teniendo la puerta de salida en frente—. Es un personaje caótico y entrañable a la vez, lleno de vida, es estrambótico y además, un sinvergüenza con una lista de códigos morales seleccionados a su conveniencia.
En realidad no sé por qué he decidido en anotar una valoración sobre un 10, pero el criterio que he seguido para que se merezca un 8 es sobre todo por la introducción —dentro de mi corta experiencia como lectora— y uso de figuras literarias originales, el sarcasmo, la sátira y el resultado tan brillante de los discursos y situaciones más cómicos.